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¿Cómo sobrevivo cuando pierdo un ser querido?

Pregunta: Mi esposa falleció en un accidente automovilístico hace como dos meses, y en realidad estoy batallando. La iglesia me ha ayudado, pero en semanas recientes el teléfono ha dejado de sonar y ya nadie trae comida. Yo me mantengo ocupado con los hijos, pero cuando las cosas quedan en calma, todo lo que pienso es en lo mucho que la echo de menos. A veces me enfado, particularmente cuando veo a otros hombres con sus esposas. ¿Qué puede ayudarme en esta aflicción?
Respuesta: El corazón partido cuando se pierde a un ser querido es diferente a toda otra aflicción. Le acompañamos en su dolor, y pensamos en las muchas pérdidas que usted siente todos los días. Ya no puede disfrutar de la dulce compañía de su esposa, ni sentir su abrazo, ni oír su voz. Sus hijos ya no pueden disfrutar de la presencia alentadora de su madre. Ahora usted tiene que enfrentar solo la tarea de ser padre, siempre consciente de que alguien del retrato de la familia está faltando. Ay, en realidad su corazón debe sentir un peso tremendo.
Los que han perdido seres queridos dicen que uno nunca se recupera por completo de esa pérdida. El dolor se queda por el resto de sus vidas, tocándolos con tristeza de diferentes maneras en diferentes momentos. Su meta no es necesariamente eliminar el dolor de su vida, sino aprender a vivir con esa aflicción. Con el paso del tiempo, las oleadas de tristeza se reducirán en severidad y frecuencia, y usted sentirá que tiene mejor control de sus emociones. Las personas en su situación a menudo dicen que no es buena idea en estos momentos hacer grandes cambios o tomar decisiones que cambian la vida. Usted no puede resolver el dolor cambiando sus circunstancias o huyendo. La aflicción es un recorrido que usted debe seguir, un día a la vez.
En esta etapa, trate de buscar un momento y lugar en donde se sienta libre para sentirse triste. Durante el día hay cosas que usted tiene que hacer, tales como ir al trabajo y cuidar a sus hijos. Simplemente no puede abandonar la vida para afligirse. Pero tal vez pueda hacer arreglos para salir más temprano de su trabajo de manera que pueda pasar tiempo en un parque o en su casa para sentirse triste y llorar. Dese a sí mismo algo de espacio durante el día para dejar que sus emociones corren.
La aflicción puede asomarse en usted en momentos extraños, tales como cuando está en el supermercado u oye una canción que a su esposa le gustaba, o cuando está amarrando los cordones de los zapatos de sus hijos, o cuando percibe en otra persona el aroma del perfume de su esposa. Cuando lleguen esos momentos, usted debe hacer una pausa y buscar un lugar tranquilo para llorar. Evite atiborrar su vida con demasiadas ocupaciones. Trate de aflojar su calendario y dar más tiempo para hacer las cosas; porque usted lo necesitará.
Las emociones son demasiado poderosas como para quedarse embotelladas por mucho tiempo. Romperán cualquier envase en el que usted trata de embutirlas, y aflorarán como síntomas relativos al estrés como dolores de cabeza o úlceras. Las emociones suprimidas pueden destrozar su cuerpo. Coma comidas saludables y haga ejercicio de manera regular para ayudar a su cuerpo a procesar el estrés que se va acumulando mientras usted procesa el dolor.
No se puede acelerar el proceso de la aflicción. Lleva tiempo, y tiene lugar mejor en comunidad con otras personas que están atravesando aflicción y pueden entender lo que siente. En Romanos 12:15 Pablo nos dice: "llorad con los que lloran." La recuperación se facilita cuando otros comparten nuestra aflicción. Apóyese en los que le rodean. Dígales lo que necesita, aun cuando todo lo que usted necesite sea estar usted en el mismo cuarto con ellos por un par de horas. Permita que Dios use a otros para consolarlo. Le recomendamos unirse a un grupo similar, de haberlo. Puede hallar más información sobre estos grupos en la Internet, o, si habla inglés, ingresando al sitio www.griefshare.org.
Finalmente, y lo más importante, busque su fortaleza en el Señor Jesucristo. Dedique tiempo a los Salmos mientras procesa la aflicción. Las oraciones francas de David y otros han ayudado por siglos a los que sufren pérdidas, y a procesar el dolor. Estos ejemplos pueden ayudarle, para empezar:
Mírame, y ten misericordia de mí,Porque estoy solo y afligido.Las angustias de mi corazón se han aumentado;Sácame de mis congojas.Mira mi aflicción y mi trabajo,Y perdona todos mis pecados (Salmo 25:16-18).
Claman los justos, y Jehová oye,Y los libra de todas sus angustias.Cercano está Jehová a los quebrantados de corazón;Y salva a los contritos de espíritu (Salmo 34:17-18).
Pablo nos da este estímulo: “Tampoco queremos, hermanos, que ignoréis acerca de los que duermen, para que no os entristezcáis como los otros que no tienen esperanza” (1 Tesalonicenses 4:13). Luego describe el momento cuando los muertos en Cristo serán resucitados y nosotros seremos arrebatados en los aires para unirnos a Cristo. Nos reuniremos con nuestros seres queridos para siempre. ¡Qué maravillosa esperanza! Pablo no dice: "no se aflijan"; más bien dice: “No se aflijan como los que no tienen esperanza.” Afligirse está bien, pero la aflicción no tiene por qué llevar a la desesperanza. En su aflicción, busque esperanza en las promesas de Cristo, que ha vencido la muerte y le promete una reunión eterna con su ser querido.

Por Visión Para Vivir

Comience a Orar

Esto sucedió efectivamente hace unos años.
Sucedió en 1968 en un aeroplano que se dirigía a la ciudad de Nueva York; un vuelo de rutina y normalmente muy aburrido. Pero esta vez no resultó ser así.
Cuando ya estaban en el proceso del aterrizaje, el piloto notó que el tren de aterrizaje no quedaba sujeto. Él movió todas las palancas y botones que podía, tratando vez tras vez de conseguir que el tren de aterrizaje quedará fijo en su lugar, sin lograrlo. Entonces pidió instrucciones a la torre de control. Mientras el avión daba círculos sobre el aeropuerto, las cuadrillas de emergencia recubrieron la pista de aterrizaje con espuma y los bomberos y otros vehículos de emergencia se colocaron en posición apropiada.
Mientras tanto, los pilotos les informaban a los pasajeros de cada maniobra con esa voz calmada, impávida, que aprenden a usar. Las azafatas se movían por la cabina con un aire de reserva tranquila. Se les dijo a los pasajeros que colocaran las cabezas entre las rodillas y que no sujetaran los tobillos justo antes del impacto. Hubo lágrimas, y unos cuantos gemidos de desesperanza. Era una de aquellas experiencias de las que uno piensa: “No puedo creer que esto me esté sucediendo a mí.”
Entonces, cuando el aterrizaje se aproximaba, el piloto de repente anunció por los intercomunicadores: “Estamos en el descenso final. En este momento, de acuerdo al Código Internacional de Aviación establecido en Ginebra, es mi obligación informarle que si usted cree en Dios debe comenzar a orar." Tal como lo oye, ¡eso fue exactamente lo que dijo!
Me alegro de informar que el aterrizaje de panza ocurrió sin problemas. Nadie resultó herido y, aparte del extenso daño en el avión, la aerolínea casi ni recordó el incidente. Es más, un pariente de uno de los pasajeros llamó a la aerolínea al día siguiente y preguntó sobre esa regla de oración que el piloto había citado. La respuesta fue una fría, y reservada declaración de “sin comentarios.”
Asombroso. Lo único que sacó a la luz una “regla secreta” profundamente sepultada, fue una crisis. Llevada hasta el borde, de espaldas contra la pared, justo hasta el punto máximo, y con todas las rutas de escape cerradas, sólo entonces nuestra sociedad abre una grieta a un indicio de reconocimiento de que Dios tal vez esté allí, “y si usted cree, debe comenzar a orar.”
Me hace recordar un diálogo que oí por televisión poco después de la erupción del monte St. Helens, el volcán en la región noroeste en los Estados Unidos. El entrevistado era un reportero que había “regresado del volcán con vida” con fotografías y una grabación del sonido de su propia pesadilla personal. Había estado cerca del cráter de la montaña cuando sucedió la erupción, y literalmente tuvo que poner pies en polvorosa para salir con vida, con la cámara encendida y el micrófono abierto. Las fotografías estaban movidas y oscuras, pero su voz era otra cosa.
Era espeluznante, casi demasiado personal para revelarlo. El hombre respiraba agitadamente, gemía, jadeaba, y le hablaba directamente a Dios. Nada de formalidad, ni frases de cajón, sino simplemente el grito desesperado de una criatura en crisis.
Cosas tales como “Ay, Dios, ay, Dios mío. ¡Auxilio! ¡Socorro!” Más gemidos, más respiración entrecortada, escupitajos, boqueos, toses, jadeos. “Este calor es demasiado. Todo está tan oscuro. Ayúdame, Dios, por favor, por favor, por piedad, por piedad.”
No hay nada como una crisis para dejar expuesta lo que de otra manera es una verdad oculta del alma. De cualquier alma.
Nosotros podemos enmascararlo, ignorarlo, hacerlo a un lado con fría sofisticación y negación intelectual, pero quítese el cojín de la comodidad, elimínese el escudo de seguridad, introduzca la amenaza de muerte sin la presencia de otros que quiten el pánico del momento, y es casi seguro que todas las filas de la humanidad “comienzan a orar.”
Las crisis aplastan; y al aplastar, a menudo refinan y purifican. He estado al lado de demasiado moribundos, y ministrado a demasiadas víctimas de la calidad, y escuchado a demasiadas personas quebrantadas y lastimadas como para creer de otra manera.
Desdichadamente, por lo general exige golpes brutales de aflicciones como esas para ablandar y penetrar los corazones endurecidos.
¿Conoce la admisión del novelista ruso Alexander Solzhenitsyn?
“Fue sólo cuando yacía en la paja podrida de la prisión que percibí dentro de mí mismo los primeros aguijonazos del bien. Así que, benditas seas, prisión, por haber estado en mi vida.”
Esas palabras proveen una ilustración perfecta de la instrucción del salmista:
Antes que fuera yo humillado, descarriado andaba;Mas ahora guardo tu palabra. . . .Bueno me es haber sido humillado,Para que aprenda tus estatutos. (Salmo 119:67, 71).
Después de que la crisis aplasta, Dios interviene para consolar y enseñar.
Esto sucede en realidad en alguna parte de nuestro mundo, todos los días.

Por Charles R. Swindoll

Cómo Lidiar con Santos que se Extravían

¿Alguna vez ha rescatado a alguien que estaba ahogándose? Si lo ha hecho, sabe como las víctimas a menudo luchan contra los rescatadores debido a la histeria de ese momento aterrador. Lo mismo es a menudo cierto cuando se intenta rescatar a los que dan traspiés espirituales debido a que su fe ha naufragado.
El escritor y maestro Howard Hendricks cuenta de un joven que se alejó del Señor Jesucristo pero que finalmente un amigo que realmente lo quería logró rescatarlo. Después del pleno arrepentimiento y restauración, el doctor Hendricks le preguntó a este creyente cómo se había sentido mientras estaba en el mar, en aguas profundas, en problemas serios, y todos sus amigos estaban en la orilla lanzándole acusaciones bíblicas en cuanto a justicia, castigo, y obrar mal. Él respondió:
“Hubo un hombre que nadó para rescatarme y no me soltó. Yo luché contra él,
pero él hizo a un lado mi lucha, y me agarró, y me puso un salvavidas, y me arrastró
a la playa. Y él, por la gracia de Dios, es la razón por la que fui restaurado. No me soltó.”¹
En Santiago 4:11-12 el escritor no prohíbe a los creyentes que consuelen a los que se han descarriado; más bien, advierte contra los creyentes que con malicia difaman a otros. Jesús subrayó esto mismo en Mateo 7:1-4. La conclusión que muchos creyentes han derivado de estos dos pasajes se puede reducir a dos palabras: ¡No juzguen!
Pero, ¿qué hacer en esas ocasiones cuando un hermano o hermana en Cristo se alejan del Señor? ¿Acaso no deberíamos intentar rescatar a aquellos cuya fe ha naufragado? O, ¿les dejamos sencillamente que perezcan? El clímax de las palabras de Jesús en el pasaje de Mateo responde a esto que parece dilema. De acuerdo a Jesús, hay lugar para quitar la paja del ojo de otros creyentes (7:5). Pero, recuerde, hay pocos lugares en nuestros cuerpos más sensibles al toque que el ojo. Y, tal como sacar algo de un ojo físico requiere extrema sensibilidad, lo mismo se exige al tratar de quitar las pajas espirituales del ojo de nuestro hermano o hermana en Cristo. Jesús no está condonando a los que se sienten “llamados” a criticar. Más bien, esta dando su aprobación a la ayuda de los que están dispuestos a permitir que les limpien primero sus ojos espirituales antes de rescatar a otros.
Comprensión del Consejo de Santiago
Para aprender más en cuanto a la técnica necesaria para la cirugía del ojo espiritual, pasemos a las palabras de Santiago 5:19-20. Cuatro preguntas importantes surgen de su pluma.
Primero, ¿respecto a quiénes habla este consejo? Por encima parece como si Santiago estuviera hablando en cuanto a salvar almas del infierno. Sin embargo, las palabras “hermanos” y “entre ustedes” indican que se dirige a creyentes.
Segundo, ¿qué hizo que Santiago escribiera estas palabras? Lo más probable es que alguien se había extraviado de la verdad. La palabra “extraviado” es traducción del vocablo griego planao, de donde derivamos nuestra palabra planeta. Los griegos antiguos pensaban que los cuerpos celestiales deambulaban por el espacio. De la misma manera, cuando los creyentes se extravían de la verdad, se alejan de la ruta prescrita que en un tiempo conocieron.²
Tercero, ¿de qué se ha extraviado la persona? De la verdad. El comentarista Spiro Zodhiates amplía lo que significa extraviarse de la verdad.
La verdad de la que Santiago habla es naturalmente la persona y obra de
Jesucristo. No se refiere a un sistema filosófico o teológico abstracto, sino
a Cristo mismo, que dijo: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida” (Juan 14:6). . . .
Por supuesto, la palabra “verdad” aquí también se refiere a todo lo que Cristo
enseñó e instituyó. Es la totalidad de su enseñanza doctrinal y práctica; no la
enseñanza de alguna iglesia o denominación en particular, sino de Cristo. Y,
¿en dónde se halla esta enseñanza? En la palabra de Dios, en la Biblia.³
Cuarto, ¿qué hay que hacer? Ahora llegamos a la parte más sensible: sacar la paja del ojo del hermano o hermana en Cristo. Cuando los creyentes por decisión propia se extravían de la verdad, Santiago dice que uno debe traerlos de regreso, lo que quiere decir que todo creyente con ojo limpio, y no simplemente los dirigentes de la iglesia, debe ayudar a recuperar a los que se han descarriado. No los ignore ni les lance críticas desde la distancia, como algunos hicieron con el joven que mencionó el doctor Hendricks. ¡Nade hasta donde ellos están y no lo suelte!
Actitud Apropiada
Ahora que hemos considerado la acción que debemos realizar, pasemos a Gálatas 6:1 para mirar de cerca la actitud apropiada que necesitamos. A fin de cualificar para ayudar a restaurar a otros a la verdad, debemos primero estar llenos del Espíritu Santo y no estar controlados por la carne. Debemos buscar la ayuda del Espíritu para sacarnos los troncos de nuestros propios ojos antes de intentar sacar pajas de los ojos de otros. Sólo los que son espirituales, que abordan una operación así con dependencia completa del Espíritu Santo, deben tratar de hacer esto.
La segunda cualificación que Pablo menciona es la mansedumbre. Los creyentes carnales por lo general son extremadamente sensibles a la crítica. Hablar con ellos con un espíritu de rigor y crítica sólo asegura el fracaso y rechazo. Pero un espíritu de mansedumbre anima a los extraviados para que se tranquilicen y se reconcilien con Dios.
Tercero, antes de apresurarnos a meternos en aguas profundas para rescatar a alguien, debemos comprobar para asegurarnos de estar equipados con una actitud de humildad: “considerándote a ti mismo, no sea que tú también serás tentado.” Un juicio errado en cuanto a la profundidad del problema o una estimación exagerada de nuestra capacidad para atenderlo muy rápidamente nos dejará también a nosotros en situación precaria.
Sacar pajas de ojos ajenos no es una tarea agradable. No es ninguna delicia tratar de rescatar a alguien que batalla y patea contra todo esfuerzo de ayuda. Es más, los que son verdaderamente humildes a menudo titubean para intervenir, sabiendo que no tienen el poder en sí mismos para sacar al otro a la seguridad. Con todo, el humilde se mete, lentamente, con oración, debido a un genuino amor del Padre celestial.
Operación Restauración
Hasta aquí hemos cubierto la acción y actitud necesaria para lidiar con santos que se extravían. Ahora volvamos a Santiago 5:20 y veamos lo que sucede cuando se les restaura.
El primer resultado es que el alma del santo que se extravía será rescatada “de la muerte.” La palabra muerte pudiera decir que si no se hubiera logrado que este individuo vuelva al Señor, pudiera haber muerto bajo disciplina divina. Es más probable, sin embargo, que Santiago utiliza la palabra muerte en un sentido amplio y metafórico. Cuando logramos que los santos extraviados vuelvan al Señor, rescatamos sus almas de una existencia mortal de soledad, amargura, angustia y culpa.
El resultado es que se “cubrirá multitud de pecados.” Cuando se logra que alguien regrese al redil mediante la confesión y el arrepentimiento, el perdón de Cristo cubre por completo a esta oveja anteriormente perdida.
Sumario y Aplicación
En toda su carta Santiago ha señalado aspectos específicos en los que los creyentes han empezado a extraviarse: dudas en las pruebas, echar la culpa al verse tentados, cólera y prejuicio, intelectualismo estéril, una lengua suelta, celos y envidias, arrogancia, críticas, planear sin Dios, aprovecharse de otros debido a la riqueza, y la falta de oración; para mencionar unas pocas cosas. Por estos cinco capítulos Santiago ha venido a nuestro rescate. Ahora concluyamos cristalizando su consejo en cuanto a rescatarnos unos a otros.
Primero, hay ocasiones definidas cuando debemos intervenir para sacar las pajas de los ojos de otros. Segundo, todo el proceso debe estar bajo la dirección del Espíritu Santo. Tercero, el motivo o actitud es tan importante como la acción. Cuarto, cuando el Señor nos acicatea, no debemos ser renuentes o sentirnos fuera de lugar al confrontar a otros. Recuerde que usted está salvando a esa persona de la muerte y cubriendo multitud de pecados. ¡No la suelte!

1. Según lo nota Charles R. Swindoll, en un sermón titulado “Set Me Free” (“Hazme libre”) predicado en la Iglesia First Evangelical Free Church of Fullerton, California, 25 de enero de 1981.
2. La implicación aquí es que Santiago se dirige a creyentes, porque sólo los que han conocido íntimamente la verdad pueden extraviarse de ella. Los no creyentes no pueden extraviarse de algo que nunca han conocido.
3. Spiros Zodhiates, The Behavior of Belief (Grand Rapids, Mich.: William B. Eerdmans Publishing Co., 1959), 217.

Por Charles R. Swindoll

Cuando se Pregunta Por Qué

El estruendo fue ensordecedor. Aunque no había nadie cerca como para oírlo, al fin y al cabo resonó por todo el mundo. Ninguno de los pasajeros del DC-4 jamás supo lo que sucedió: todos murieron al instante. Eso fue el 15 de febrero de 1947, cuando el vuelo de la aerolínea Avianca con destino a Quito, Ecuador, se estrelló contra el pico El Tablazo, de más de 4000 metros de altura, no lejos de Bogotá, y luego cayó, como masa incendiada de metal, hasta el fondo del precipicio.
Una de las víctimas era un joven neoyorquino llamado Glenn Chambers, que planeaba empezar un ministerio con “La Voz de los Andes.”
Antes de salir del aeropuerto de Miami temprano ese día, Charles le había escrito una nota a su madre en un pedazo de papel que recogió en la terminal. El papel era una propaganda con la palabra ¿POR QUÉ? dibujada en el centro. Al apuro y preocupado, garrapateó su nota alrededor de esa palabra, la dobló, y la metió en un sobre dirigido a su madre.
La nota llegó después de la noticia de su muerte. Cuando su madre la recibió, allí, clavándole la mirada, estaba esta acosadora pregunta: ¿POR QUÉ?
De todas las preguntas, ésta es la más penetrante, la que más atormenta. Acompaña a toda tragedia. Brotan de los labios de la madre cuyo hijo nace muerto . . . de la esposa que acaba de enterarse de la trágica muerte de su esposo . . . del hijo a quien se le dijo: “Papa no volverá nunca más a casa”; . . . del padre de cinco hijos que acaba de perder su empleo . . . del amigo íntimo del suicida.
¿Por qué? ¿Por qué yo? ¿Por qué ahora? ¿Por qué esto? Nada puede prepararnos por completo para tales momentos. Pocos pensamientos pueden estabilizarnos después . . . tal vez sólo uno.
Considere a Job . . . ¡imagínese lo que sentía!
“Acabas de perder todo tu ganado; se lo robaron. También destruyeron tus ovejas y camellos. A tus empleados los asesinaron, Job. Ah, y una cosa más: tus hijos quedaron aplastados por una tempestad de viento intempestiva; todos están muertos, amigo mío; todos los diez.”
Eso sucedió en realidad. Job recibió todas estas noticias en un breve período de pánico. Poco después se enfermó con llagas que supuraban; de la cabeza a los pies. Afligido, aturdido, en bancarrota. En insoportable dolor, en cuerpo y espíritu. Sin poder hallarle ni pies ni cabeza incluso a una tragedia, ¡mucho menos a cinco! Era agonía en crudo, en bruto, y los cielos guardaban silencio. Ninguna explicación tronó del ámbito celestial. Ni una sola razón; ni una sola. Y entonces su esposa le aconsejó: “¡Maldice a Dios y muérete!”
Con intrepidez Job respondió: “¡Suenas como mujer necia!” Con sabiduría dijo: “¿Vamos a aceptar sólo lo bueno de Dios y nunca la adversidad?”
Note con mucho cuidado de que echó mano Job ese día. No se pierda lo que le hizo salir avante. A diferencia de la posición del estoico: “Sonríe y sopórtalo, o por lo menos aprieta la quijada y aguántalo,” Job echó mano de un gran principio al que se aferró. Formó el nudo al fin de su cuerda; estabilizó su paso; impidió que se destrozara. Ninguna otra verdad elimina la necesidad de preguntar “¿por qué?" como ésta:
DIOS ES DEMASIADO BUENO COMO PARA HACER ALGO CRUEL, DEMASIADO SABIO COMO PARA EQUIVOCARSE, DEMASIADO PROFUNDO COMO PARA EXPLICARSE.
¡Eso fue todo! Job dio por concluida su argumentación aquí.
Es asombroso como el creer en ese profundo enunciado borra el “¿por qué?” de las inequidades de esta tierra.
Fue el mismo nudo que una madre con el corazón destrozado en Nueva York anudó a fines de 1947. La señora Chambers dejó de preguntar ¿Por qué? cuando vio al ¿Quién? detrás de la escena.
Todos los demás sonidos quedan ahogados cuando nos apropiamos de la absoluta soberanía de Dios. Incluso el estruendo ensordecedor de un avión que se estrella.

Por Charles R. Swindoll

Cómo Confiar cuando Uno Está Angustiado

Algunos tal vez enfrenten lo que fácilmente se podía llamar un problema insoluble. Es a ustedes a quienes espero animar hoy. A menudo las situaciones que no tienen respuestas humanas forman la base para que Dios haga su mejor obra.
Esto se ilustra de manera hermosa en la vida de Job, que, a mi juicio, es un ejemplo vivo de problemas insolubles. La biografía de Job incluye todo un pizarrón lleno de preguntas en cuanto al sufrimiento.
¿Es Dios justo? ¿Es esta situación justa? ¿Qué debe aprender una persona que atraviesa las aguas profundas del sufrimiento?
En Job tenemos un vistazo singular y raro dentro del velo del cielo y detrás de bastidores en la tierra.
Y dijo Jehová a Satanás: ¿De dónde vienes? Respondiendo Satanás a Jehová, dijo: De rodear la tierra y de andar por ella. 8 Y Jehová dijo a Satanás: ¿No has considerado a mi siervo Job, que no hay otro como él en la tierra, varón perfecto y recto, temeroso de Dios y apartado del mal? (Job 1:7-8).
¿Que diría Dios de usted si él estuviera hablando con Satanás ahora mismo y hablándole de la vida de usted? “¿No has considerado a ____________ ?” y entonces mencionara su nombre. Al describirlo a usted, ¿qué diría Dios? Con alguno de ustedes, a lo mejor sería algo muy similar a lo que dijo de Job: “perfecto y recto.”
La vida de Job era un modelo maravilloso de vida valiente. Job confió en Dios en las buenas. Ahora la escena estaba preparada para determinar si Job confiaría en Dios en situaciones humanamente imposibles.
El siguiente capítulo en la vida de Job es oscuro. Soportó pérdidas como pocos han conocido. Su casa, destruida; su familia, muerta; su salud, en ruinas; sus finanzas, eliminadas. Sus amigos cuestionaban su reputación santa.
En el largo proceso de resolver sus preguntas y luchas, Job finalmente resolvió confiar en Dios—costara lo que costara. Había adorado. Se había humillado. Se había sentado en silencio. Finalmente respondió a su esposa: “Recibo lo que Dios ha enviado. He recibido lo bueno; ahora recibo la adversidad.” Vuelva a leer eso. Es el secreto de la estabilidad.
Hallo tres razones reales por las cuales Job pudo responder de esa manera. Primero, miró hacia arriba y halló consuelo en la soberanía de Dios. Vio mucho más que las acciones de Dios; vio el corazón de Dios. Aceptó lo que Dios dio y lo que Dios quitó. Vio el amor soberano de Dios, y le dijo a su esposa: “Acaso no deberíamos recibir lo uno y lo otro sin cuestionarlo?”
Job también miró hacia adelante y recordó la promesa de Dios. En el capítulo 19 Job dijo:
“Yo sé que mi Redentor vive, Y al fin se levantará sobre el polvo” (19:25).
Job recordó la promesa de Dios de que al fin todo se resolverá. Mirando hacia adelante, sintió ánimo.
Finalmente, Job miró hacia adentro y se dejó moldear por la instrucción de Dios.Job 42:6 dice que Job miró su vida, y se arrepintió “en polvo y ceniza.” Vio que Dios le había instruido en el sufrimiento y enfermedad como de ninguna otra manera. Dijo, en efecto: “Señor, por primera vez honradamente puedo decir: ‘Me entrego a ti como nunca antes.’”
Exige valentía que el creyente se entregue a un Dios soberano al enfrentar situaciones imposibles. Tal vez eso es exactamente lo que usted necesita hacer en este mismo momento. Me viene a la mente la oración que elevó una vez una persona sabia y consagrada:
Señor: Estoy dispuesto a recibir lo que tú das. Estoy dispuesto a privarme de lo que tú no das. Estoy dispuesto a aflojar lo que tú quieres tomar. Estoy dispuesto a sufrir lo que tú inflinges. Estoy dispuesto a ser lo que tú quieres que sea. Señor, estoy dispuesto.
Amigo y amiga, si sus días han sido difíciles y sus noches han sido como un túnel oscuro y largo, halle su consuelo en el control soberano y amor eterno de Dios. Su Salvador sabe su punto de aguante. Los golpes, destrozos y adversidad que usted está soportando están diseñados para moldearlo; no para arruinarlo. Su fuerza y valentía aumenta conforme Dios tiene su mano sobre usted. Recordar el secreto de Job puede determinar toda la diferencia.
Por Charles R. Swindoll

Todo Está Bajo Control

En el centro de las principales luchas de la vida hay una cuestión teológica. Póngala en forma de pregunta: “¿Tiene Dios el control o no?”
Si pudiéramos, por alguna maravillosa fuerza celestial, escaparnos de esta tierra en nuestro estado presente y pasar a la gloria del cielo, no hallaríamos ni un solo rastro de evidencia que revele pánico. Uno nunca oirá un “ay” de los labios de Dios, ni tampoco un “¿Me pregunto qué vamos a hacer en cuanto a eso allá abajo?” Tampoco veríamos jamás que la ansiedad aparece en el rostro del Dios viviente. Nos quedaríamos estupefactos en asombro por la calma que hay en todo alrededor de su asombroso trono.
Desde este lado de la gloria vemos el revés del tapete de la vida. Está lleno de nudos e hilos retorcidos, y puntas desiguales que carecen de significado y belleza. Pero desde la perspectiva de Dios, que mira el derecho de la tela, todo está bajo control.
Por Charles R. Swindoll

Sufrimiento

De las cartas que escribió Pablo, Segunda a los Corintios es la más autobiográfica. En ella el gran apóstol levanta el telón de su vida privada y nos permite captar un vislumbre de sus fragilidades y necesidades humanas. Hay que leer toda la carta de corrido para captar la emoción conmovedora que corría por su alma.
En esta carta Pablo anota con detalles específicos su angustia, lágrimas, aflicción y oposición satánica. Describe con minuciosidad su persecución, soledad, prisiones, azotes, sentimientos de desesperanza, hambres, naufragios, noches sin dormir, y esa "espina en la carne," su dolorosa compañera. ¡Cuán cerca nos hace sentir a él cuando lo vemos como un hombre con problemas reales, sinceros y francos, tales como los nuestros!
No es sorpresa, entonces, que empieza la carta con palabras de consuelo, especialmente en los versículos 3 al 11. Diez veces en cinco versículos (2 Corintios 1:3-7) Pablo usa la misma palabra griega parakaleo, que quiere decir literalmente, "llamado para estar al lado."
Esta palabra incluye más que una palmadita diplomática en la espalda con la gastada frase: "Que el Señor te bendiga." No; esto incluye comprensión genuina, profunda, compasión y simpatía hondas. Esto parece especialmente apropiado puesto que dice que Dios, nuestro Padre, es el "Dios de toda consolación, el cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones" (1:3-4). Nuestro Padre de amor nunca está ocupado o lejos cuando nosotros atravesamos tristeza y aflicción.
Hay otra observación que vale notar en 2 Corintios 1. Se nos dan no menos de tres razones para el sufrimiento, cada una introducida con la expresión "para que." Calladamente, sin mucha fanfarria, el Espíritu Santo indica algunas de las razones por las que sufrimos: "para que podamos también nosotros consolar a los que están en cualquier tribulación"; "para que no confiásemos en nosotros mismos"; "para que por muchas personas sean dadas gracias" (1:4, 9, 11). Reconozco que debe haber docenas de otras razones, pero aquí se nos dan tres razones específicas por las que sufrimos.
Razón 1: Dios permite el sufrimiento para que podamos tener la capacidad de entrar en la aflicción y tristeza de otros. ¿No es eso verdad? Si usted se ha roto una pierna y ha quedado confinado a muletas por semanas, puede simpatizar con el que anda en muletas, incluso años después de su propia aflicción. Lo mismo es cierto por la pérdida de un hijo, depresión emocional, un accidente de tráfico, soportar crítica injusta o problemas financieros. Dios les da a sus hijos la capacidad de comprender al permitir que vengan sufrimientos similares a nuestras vidas.
Razón 2: Dios permite el sufrimiento para que podamos aprender lo que significa depender de Él. ¿No hace el sufrimiento eso? Nos obliga a apoyarnos totalmente en Él, de manera absoluta. Vez tras vez nos recuerda el peligro del orgullo, pero con frecuencia es preciso el sufrimiento para que la lección se quede. Tal vez eso es lo que usted ha atravesado hace poco. No considere la aflicción como una intrusa. Recíbala de buen grado como el mensaje de Dios para que deje de confiar en su carne, y empiece a apoyarse en Él.
Razón 3: Dios permite el sufrimiento para que podamos aprender a dar gracias en todo. Ahora, con toda franqueza, ¿alguna vez ha dicho usted: "Gracias, Señor, por esta prueba"? ¿Ha dejado finalmente de luchar y le ha expresado lo mucho que aprecia la soberanía de amor de Él sobre su vida?
Pues bien, ahí lo tiene. ¡Cuán inconclusos, y rebeldes, y arrogantes, y despreocupados, seríamos sin el sufrimiento!
¡Qué estas cosas le animen la próxima vez que Dios atiza el horno!

Por Charles R. Swindoll

Usted Puede Ser la Diferencia

Las probabilidades abrumadoras pueden acobardarnos a todos.
Debido a que hay tanto por hacerse, fácilmente podemos desalentarnos y no hacer nada. Debido a que hay tantos por alcanzar, es fácil olvidar que Dios quiere usarnos para tocar a unos pocos dentro de nuestra esfera de responsabilidad.
Recuerdo la primera ocasión en que me sentí abrumado respecto al ministerio en una arena vasta. Mi vida había sido tranquila y manejable. De mi lugar de nacimiento en un pueblito en el sur de Texas nos mudamos a Houston, en donde vivimos mientras yo estudiaba la secundaria. Nuestra casa era pequeña y segura. Después de casarme, un período en el cuerpo de la marina, y el seminario, Cynthia y yo participamos en ministerios como los de nuestro pasado: pequeños, agradables y satisfactorios. Nuestros hijos eran pequeños, nuestras vidas eran tranquilas y bastante sencillas, y nuestra visión de la obra de Dios era bastante cómoda.
El llamado a Fullerton, California, en 1971 cambió todo eso. De hecho, cuando el avión descendía sobre Los Ángeles adonde veníamos como candidatos al pastorado me llenó un sentimiento abrumador. Miré por la ventanilla y contemplé como kilómetro tras kilómetro de casas, y autopistas, y edificios, pasaban debajo de nosotros. Traté de imaginarme el ministerio en esta creciente metrópolis de humanidad interminable. Pensé: ¿Cómo puedo posiblemente poner mis brazos alrededor de esta tarea monstruosa? ¿Qué puedo hacer para alcanzar a los múltiples millones del sur de California?
De repente, Dios bondadosamente me recordó, como todavía lo hace: Yo nunca lograré alcanzarlos a todos; eso es humanamente imposible. Pero soy responsable por aquellos con quienes entro en contacto, y con la ayuda de Dios, marcaré una diferencia en sus vidas.
Dejé de prestar atención a la enormidad de lo imposible y empecé a dedicar mi tiempo y energía a lo posible: las personas y el lugar al que Dios me había llamado, y a mi familia. Llame limitada mi visión, si le parece, pero eso determinó toda la diferencia en mi paz mental. Yo no puedo hacerlo todo; no puedo abarcar en mis brazos las amplias fronteras de nuestra región (¡nadie puede!), pero sí puedo tocar a los que entran al alcance de mi “pantalla de radar.” La paz mental viene al saber que por lo menos en sus vidas, mi toque puede determinar una diferencia, aunque sea sólo uno aquí y otro allá.
Esta manera de pensar quedó ilustrada vívidamente en un relato que leí hace poco. Un hombre de negocios y su esposa estaban atareados casi hasta el agotamiento. Estaban dedicados el uno al otro, a su familia, su iglesia, su trabajo y sus amigos.
Necesitando un descanso, se escaparon para unos pocos días de relajación en un hotel en la playa. Una noche una violenta tempestad se desató en esa playa y envió gigantescas olas tronando contra la orilla. El hombre se quedó en su cama escuchando y pensando en su propia vida tormentosa de demandas y presiones interminables.
El viento finalmente amainó y poco después del amanecer el hombre se levantó de su cama y se fue a caminar por la playa para ver el daño que se había producido. Mientras caminaba, vio la playa cubierta de estrellas de mar que las olas habían sido lanzadas a la orilla y que habían quedado atascadas. Una vez que el sol de la mañana apareció por entre las nubes, las estrellas de mar empezaron a secarse y a morir.
De repente el hombre vio algo interesante. Un muchachito que también había notado la suerte de las estrellas de mar estaba recogiéndolas, una por una, y lanzándolas de nuevo al océano.
“¿Por qué haces eso?” le preguntó el hombre cuando se acercó lo suficiente. “¿No puedes ver que una persona nunca determinará gran diferencia? Nunca lograrías devolver todas esas estrellas de mar al agua. Simplemente son demasiadas.”
“Sí, es verdad,” suspiró el muchachito mientras se agachaba y recogía otra estrella de mar para lanzarla al agua. Luego, al verla hundirse, miró al hombre, sonrió, y dijo: “Pero con certeza fui la diferencia para esa.”
Una persona no puede vencer las probabilidades. Siempre habrá más por alcanzar que el tiempo, la energía o la dedicación pueden lograr. Pero la verdad es que cada uno de nosotros puede tocar a unos cuantos. Qué errados estaríamos si dejáramos de ayudar a alguien simplemente porque no podemos ayudar a todos.
No se deje ganar por el pánico. Puede contar con que el Señor honrará y multiplicará incluso sus esfuerzos más pequeños. Hasta donde yo sepa, Él todavía recompensa la fidelidad.

Por Charles R. Swindoll

Esperanza Insaciable


Una de las primeras bodas que oficié en mi juventud como pastor tenía todas las promesas que uno pudiera esperar en un matrimonio. Ambos tenían sus veinte y tantos años, ambos eran creyentes; él estudiaba medicina y ella era enfermera. Debería haber sido un matrimonio modelo, lleno de paz y alegría. Los conflictos vendrían, por supuesto, pero una esperanza duradera los llevaría a superar los días oscuros.
Sin embargo, cuando volví a ver a la mujer como ocho años después, parecía que había envejecido como veinte años. Describió una tragedia en espiral descendente de drogas, adulterio, amargura y separación. Ya mucho tiempo atrás había desaparecido la paz y alegría originales. Esa alma fatigada había perdido lo único que pudiera haber rescatado su matrimonio del nivel más bajo de la desdicha matrimonial: ella había perdido la esperanza.
¿Qué tal usted? ¿Cómo calificaría su propio nivel de alegría en la vida cristiana? ¿Se ha dejado ganar por la depresión? ¿Se ha enfriado el fuego original de conocer a Cristo, reduciéndose a una indiferencia al rescoldo? ¿Acaso las tribulaciones de la vida diaria le han quitado la esperanza? Los pastores en la actualidad constantemente hablan con creyentes que luchan con la depresión, matrimonios rotos, ansiedad, cólera y falta de dominio propio. No pueden sino preguntarse: “¿En dónde está la vida en abundancia que Cristo prometió en Juan 10:10?”
Esperanza Incuestionable
En Romanos 5:1-11 Pablo nos lleva del altar del matrimonio de nuestra fe cristiana a una nueva relación con Jesucristo: una relación personal de paz, gozo y esperanza. Este pasaje revela cómo se puede lograr el gozo duradero en la vida cristiana incluso en medio de las pruebas y luchas. Mírelo conmigo.
“Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo; por quien también tenemos entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios” (Romanos 5:1-2).
La justificación que Pablo describe es lo que ocurrió el momento en que uno puso su fe sólo en Cristo para el perdón de sus pecados y la vida nueva (Romanos 5:5-11). Para mí eso sucedió en la década de los 40. Para algunos tal vez haya sido la década de los 60, o de los 80, o tal vez más recientemente. Si usted es creyente, es el momento en que usted le dijo que sí a Jesucristo para que sea su Señor, usted llega a ser un miembro de su familia, la iglesia, dedicado a Él para siempre. En el mismo párrafo Pablo también describe los efectos presentes de este acontecimiento pasado: tenemos paz (5:1), al presente estamos en gracia (5:2), y nos gloriamos en la esperanza.
Cuando alguien utiliza la palabra esperar, por lo general piensa del futuro: “Espero que las cosas mejoren”; “Espero conseguir un nuevo trabajo”; “Espero no enfermarme.” La mayoría de las veces estas esperanzas no son sino ilusiones basadas en los deseos personales. Tales esperanzas pueden fácilmente ser destrozadas cuando la realidad irrumpe como toro furioso. Las pruebas nos caen encima. Las desilusiones nos llegan; e inevitablemente el gozo languidece.
Pero en Romanos 5 Pablo insta a los creyentes no sólo a mirar hacia atrás a su justificación pasada, sino también a mirar hacia adelante, más allá de sus pruebas y adversidades inmediatas. Él escribe: “Pues mucho más, estando ya justificados en su sangre, por él seremos salvos de la ira” (5:9). No se pierda el tiempo del verbo: “seremos.” Eso es futuro. Eso es esperanza. Y debido a que sabemos que pasaremos la eternidad en el cielo, podemos enfrentar toda adversidad terrenal; incluso la muerte misma (8:35-39). ¡Eso es esperanza incuestionable!
¿Tiene usted esa clase de esperanza hoy? Si no, ¿por qué no?
Esperanza Insaciable
¿Cómo podemos tener una esperanza insaciable que soporta incluso los peores ataques de la desesperanza? Nos regocijamos en ellas. Pablo señala tres niveles de regocijo: nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios (Romanos 5:2), nos gloriamos en las tribulaciones (5:3), y nos gloriamos en Dios (5:11). Noten que no nos regocijamos debido a las tribulaciones. Nos regocijamos en medio de ellas. Nos regocijamos a pesar de ellas, porque sabemos que “la tribulación produce paciencia; y la paciencia, prueba; y la prueba, esperanza; y la esperanza no avergüenza” (5:3-5). Piénselo de esta manera: Usted es el proyecto personal que Dios para el desarrollo del carácter. Eso quiere decir que usted puede regocijarse incluso más debido a que Dios nunca abandona su proyecto (Filipenses 1:6). Dios siempre tiene su mirada sobre usted, cultivando su carácter e incluso en las tribulaciones.
¿Está sintiéndose como si el fruto del Espíritu se ha secado debido al intenso calor de las pruebas? La respuesta de Pablo es clara: Cuando vienen las tribulaciones, debemos recordar que estas pruebas tienen como propósito un fin magnífico. He leído que el camino a mi destino glorioso está lleno de piedras sueltas y baches, y cada sacudón en el camino me recuerda que estoy en el camino correcto. Pero nunca debo olvidar que Dios me acompaña en el recorrido. Su reputación como Padre amante está en juego. No siempre sabemos a dónde vamos, pero Él sí lo sabe.
Con la justificación pasada como lugar en donde pararse, y su esperanza futura como combustible, usted puede emprender el recorrido presente por las pruebas y si tribulaciones sin perder su gozo y paz. ¡Sí, eso es posible! Su esperanza conduce a perseverancia, lo que desarrolla su carácter, y eso lleva a mayor esperanza (Romanos 5:4). Y esto no es castillos en el aire.
Es esperanza insaciable.


Por Charles R. Swindoll

Gracia en el matrimonio

En todo caso, que cada uno de ustedes ame a su esposa como a sí mismo, y que la esposa respete al esposo. —Efesios 5:33, VP
Mientras más se despierta la gracia de Dios en un matrimonio, menos los esposos intentarán controlar y restringir, y menos las esposas sentirán la necesidad de "agradar cueste lo que cueste." Esa gracia hace más fácil administrar el matrimonio.
La gracia liberta y afirma; no sofoca.
La gracia valora la dignidad de los individuos; no la destruye.
La gracia respalda y estimula; no siente celos ni suspicacia.
Sé, por consiguiente hablo. Por más años de los que quisiera recordar, me consumieron los celos. Estaba tan inseguro y temeroso que no era raro que yo hostigara a mi esposa, Cynthia, con preguntas; preguntas quisquillosas, de investigación, que no eran otra cosa que acusaciones veladas. Es asombroso que ella lo aguantara. Finalmente tuvimos una de esas famosas confrontaciones a todo dar que toda pareja casada ha tenido.
No hay necesidad de repetirlo, pero ella explicó con dolorosa claridad que yo la estaba asfixiando; yo estaba imaginando cosas que ella jamás había pensado en hacer . . . y yo debía dejar todo eso por lo sano. Sus palabras me dolieron, pero ello hizo lo debido. Yo la tomé en serio.
Me dediqué a trabajar en este horrible aspecto de mi vida. Le confesé a Cynthia mis celos. Le aseguré que nunca más volvería a tratarla con tanta falta de confianza. Le pedí a Dios que me ayudara con su gracia, que me librara del hábito destructivo que yo había desarrollado, y que me diera la capacidad de amar y de entregarme a esta mujer sin todas esas condiciones asfixiantes. Recuerdo en forma distintiva cuánto me ayudó una comprensión de la gracia. Era como si la gracia finalmente se hubiera "despertado" en mi vida, y por primera vez podía apropiarme de su poder. Pareció que me libró, primero en cosas pequeñas, y finalmente en asuntos más serios. Con toda sinceridad puedo decir hoy que no me viene ni el más mínimo pensamiento de celos. La gracia literalmente me permitió hacer borrón y cuenta nueva

Por Charles R. Swindoll